El pecado no te puede ganar

Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes, y repartirá el botín con los fuertes, porque derramó su vida hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores. Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores. (Isaías 53:12 – NVI)

Tarde o temprano todos sentimos los dolorosos efectos del pecado. A veces es el peso de nuestros propios pecados sumado a la culpa y la vergüenza de saber que hemos fallado miserablemente. En otras oportunidades lo que nos agobia es la carga o peso del pecado de otros, de aquella persona que nos traicionó, nos engañó, nos abandonó, nos ridiculizó o que de algún modo nos hirió física, emocional o espiritualmente.

Piensa por un minuto en aquel momento cuando sentiste el peso de la culpa o el dolor en tu corazón, quizás fue tan fuerte que hasta sentiste que ya no te ibas a poder volver a levantar tan siquiera de tu cama. Quizás en ese momento sentiste que ya todo se había acabado. Ahora trata de imaginar el peso de todo el daño y sufrimiento que el pecado de otras personas ha traído a tu matrimonio, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos, a tu iglesia, a tu barrio. Agrégale a todo esto todo el dolor que el pecado ha traído a todos los que viven en tu ciudad, provincia y nación. ¿Puedes ver y sentir la carga? ¿Podrías pensar tan siquiera por un segundo en todo el dolor y sufrimiento que el pecado ha traído al mundo?

Ahora te invito a que trates de imaginar toda la miseria y angustia acumulada que el pecado ha causado en el mundo desde el mismo inicio de la Creación. ¿Todavía te parece extraño que el peso de todos estos pecados agobiaran a Jesús en la noche que Él fue entregado? (Mateo 26:36-44). Los Evangelios nos muestran que incluso al siguiente día su mismo Padre lo tendría que abandonar por un instante. Así tenía que ser. No había otro modo. Usando las mismas palabras de Jesús en el Getsemaní, “no había otra copa”. Esta era la copa que el Hijo de Dios debía tomar. Sin lugar a dudas, ningún otro tipo de sufrimiento se puede comparar al sufrimiento que experimentó Jesús la noche de su traición y entrega.

El pecado llevó a Jesús a padecer la prueba definitiva pero su amor por el mundo le permitió soportarla, su fuerza le permitió llevar el peso de nuestra culpa y su poder le dio la victoria. Gracias a la muerte y resurrección de Jesús sabemos, más allá de toda duda, que en nuestras vidas el pecado no ganará ni podrá nunca ganarnos la pelea.

La tumba vacía de Cristo garantiza nuestra victoria sobre el pecado y la muerte.Click To Tweet

La tumba vacía de Jesús nos demuestra que el pecado ya no es nuestro amo y que ya no somos esclavos del miedo y la vergüenza que éste acarrea. En Romanos 6:14 el apóstol Pablo lo explica de esta manera:

Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia.

En el capítulo 6 de Romanos Pablo demuestra que los eventos de la muerte y la resurrección de Jesús son el fundamento de la transformación espiritual que ha tenido lugar en nuestras vidas luego de nuestra decisión de creer y confesar a Jesús como nuestro Señor y luego de haber tomado la decisión de seguirle, siendo el bautismo un vivo testimonio de esta realidad. En Romanos 6:4 Pablo escribe:

Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva.

Todo esto nos demuestra que la salvación que Jesús vino a traernos es completa. El pecado no puede ganarnos la guerra y nuestra fe en Cristo Jesús no puede ni debe fallar.

Oración Personal: “Señor Jesús, ¿cuáles son las mentiras que he estado creyendo acerca de mí mismo que no me están permitiendo disfrutar de tu victoria? Por favor ayúdame a identificarlas y a dejar de creer en ellas. Soy victorioso en Tí, mi amado Jesús.”