Odio & Racismo

Racismo. Es sin lugar a dudas un veneno que mata lentamente nuestra sociedad. Es una maldición generacional de la cual, por algún motivo, todavía no nos hemos podido librar.

Los eventos que se sucedieron alrededor de la muerte de George Floyd en Minneapolis este pasado 25 de Mayo todavía resuenan y nos llevan a pensar en la urgente necesidad de tratar seriamente el tema del racismo tanto como individuos y como comunidad. Hoy quiero contarte acerca de la experiencia que mi padre y yo tuvimos con el racismo un par de años atrás aquí en Canadá.

Mi familia, mis padres y mi familia extendida estabamos acampando en un lago de la provincia de British Columbia. Sin motivo alguno dos jóvenes comenzaron a insultar y abusar verbalmente de mi padre de más de 70 años incitándolo a dejar el campamento. Cuando me di cuenta que mi papá se había perdido de vista salí rápidamente a buscarlo. Lo encontré recibiendo la embestida verbal de estos dos hombres solo por el hecho de “parecerse” árabe (a mí también me han dicho que tengo facciones árabes) y porque hablaba en otro idioma (Español). No recuerdo con exactitud lo que le estaban diciendo. Sí recuerdo que lo estaban agrediendo debido a su aspecto y su acento. Cuando lo encontré y al ver lo que estaba pasando me puse furioso. Docenas de pensamientos pasaron por mi mente. “Quieren pelear? Salgamos afuera y arreglemos esto” fue uno de esos pensamientos. Pero, en ese preciso momento, el Espíritu Santo vino a mí y me dio el coraje para enfrentar esta injusticia con palabras de autoridad que solamente Él podía colocar en mi boca. De este modo confronté el comportamiento de estos dos tipos, incluso cuando un tercer hombre blanco se levantó y se ofreció a ayudar para darme a mí y a mi papá una paliza.

Denuncié lo que estaba pasando como odio y racismo. Agarré a mi papá conmigo y trajimos la situación al dueño del campamento, quien luego tomó la decisión de expulsar a estos campamentistas. Después de este incidente llevé a mi papá con mi mamá y oramos juntos a Dios pidiéndole que venga y nos rescate. En un país seguro como Canadá me sentí, por primera vez, en peligro.

Aunque nos sentimos humillados, decidimos perdonar a nuestros ofensores y pedirle al Padre nos ayude. El Señor proveyó la ayuda que necesitábamos. Ese mismo día los padres de quien en dicho tiempo fuera mi cuñado nos demostraron que en tiempos como esos nunca estamos solos. El Señor los movió a brindarnos hospedaje en su casa para que así podamos pasar la noche en un lugar seguro.

Todavía recuerdo los rostros de esos dos tipos de British Columbia. Nunca escuché sus nombre y ya no me importa. Para mí sus nombres eran odio y racismo porque los dos andan siempre juntos.

Mi oración es que, como iglesia, podamos levantar la voz en estos tiempos peligrosos y denunciar la injusticia, el odio y el racismo contra todos aquellos que tiene un color de piel diferente, una etnicidad diferente o, incluso, un acento diferente al nuestro. El buscar el Reino de Dios y su justicia significa defender la vida siempre. Es pelear en contra del odio y el racismo mediante nuestras voces, la oración y nuestras acciones cristianas. Incluso la vela más pequeña puede dispersar la oscuridad.