Areópago
Se suele pensar que el areópago, aquel lugar al que llevaron al apóstol Pablo cuando se encontraba en Atenas en su segundo viaje misionero (Hch. 17:15-34), era algo así como una plaza pública donde las diversas escuelas filosóficas pasaban los días dialogando sobre filosofía. Pero esto no es así. Todo lo contrario.
El areópago era una corte ateniense donde se trataban casos serios e importantes. No era un lugar de tolerancia y serenidad. Pablo había sido traído a juicio debido a la naturaleza de su predicación (Jesús y la resurrección, v. 18).
Pablo hizo algo que encuentro muy necesario hoy en día: la contextualización de la proclamación del Evangelio. Su mensaje, si bien encontró resistencia en algunos, tuvo cabida en el corazón de otros.
La contextualización del mensaje de Pablo no menguó en absoluto la carga de su predicación. Su invitación fue al arrepentimiento, a la convicción de pecados, al juicio de Dios y a la centralidad de la fe y la vida en Jesús el resucitado.
Si en las redes a veces te sentís como Pablo en el areópago, juzgado y observado, sigue predicando. Contextualiza, sí, pero sin ocultar la centralidad del mensaje: Jesús.
“Porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien Él ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres cuando lo resucitó de entre los muertos». Cuando oyeron de la resurrección de los muertos, algunos se burlaban, pero otros dijeron: «Le escucharemos otra vez acerca de esto».” (Hechos 17:31-32, NBLA)