Desenmascarando el Reino de Basán
Es interesante notar que los dos libros de Crónicas fueron escritos entre el 400 y 250 a.C. por un autor desconocido, mucho tiempo después del cautiverio de Babilonia. Los receptores de ambos libros fueron un pequeño remanente de judíos que habían logrado regresar a Judá pero que aún seguían bajo gobierno extranjero: el poderoso Imperio Persa.
En todo caso la idea central de los libros de Crónicas es la de conectar al pueblo con su identidad perdida. A tal fin, el cronista se remonta al mismo inicio, narrando las genealogías de Israel comenzando con Adán. Por más que el pueblo era pequeño en cantidad, el escritor buscaba que su audiencia mirara su rica historia y recordaran así cómo Dios los había librado de diversos enemigos a lo largo de su historia.
Ya en el capítulo 5 el cronista destaca las victorias de las tribus de Rubén, de Gad y la media tribu de Manasés. En dicho capítulo se destaca la gracia de Yahweh otorgándole victoria a su pueblo cada vez que éstos se humillaban y clamaban a Él en ferviente oración. Esta sería también la norma para la iglesia primitiva al enfrentar amenazas y aflicciones como consecuencia de la predicación del Evangelio (Hechos 4:29-30). Como ellos, nosotros también necesitamos cultivar una fe fiel a Dios. Una fe caracterizada por la confianza en nuestro Dios y nuestra fidelidad hacia Él (el significado completo de pistis en el Nuevo Testamento).
Retornando a la historia de Israel, las victorias del pueblo durante el período de la conquista tuvieron lugar en una región geográfica reconocida en la biblia por su actividad demoníaca: la tierra de Basán. En los evangelios este trasfondo espiritual se vislumbra en el encuentro de Jesús con el llamado endemoniado gadareno (Lucas 8:26-39), episodio que tuvo lugar en una de las ciudades de la región de Basán, Gadara. Ésta aldea recibió su nombre de la conquista de la tierra en manos de la tribu de Gad (1 Crónicas 5:11, 16-17).
Basán, el nombre de la región donde tuvo lugar esta guerra, significa “el lugar de la serpiente”, lo que es una referencia directa a la serpiente antigua de Génesis 3 (heb. nachash o nahash). Este ser angelical sería más conocido en la biblia como el satanás o adversario.
Fue justamente en esta región (Cesarea de Filipo) en donde Jesús le reveló a Pedro y a sus discípulos que su obra de salvación en la cruz y su posterior resurrección de los muertos destruirían para siempre a aquel que tenía el dominio de la muerte, esto es, el diablo (Hebreos 2:14). Algo peculiar es que en los tiempos de Jesús a esta región se la conocía popularmente como “las puertas del Hades o del infierno”. Como sabemos, el Señor empleó esta frase en uso para anunciar así la victoria que la Iglesia tendría sobre el mismo infierno (Mateo 16:18). Por ello sabemos que nuestra predicación es victoria, dado que anunciamos la victoria del mesías Jesús sobre el reino de las tinieblas. Este es, sin dudas, uno de los mensajes más importantes del Nuevo Testamento (ver Colosenses 2:13-15; 1 Juan 3:8; Juan 10:10; Hebreos 2:14-15, entre otros).
Retornando al análisis del mundo espiritual de Basán (y lo que éste representa), el Antiguo Testamento enseña que el pecado de Basán fue la opresión del pobre y el maltrato hacia el necesitado (Amós 4:1-2). Reconociendo además que Basán representa el reino de las tinieblas, pudiendo ser interpretado como el mismísimo trono de Satanás, es importante señalar que donde sea que haya opresión y maltrato, allí encontraremos la influencia y manipulación de las huestes de Basán.
En los tiempos en que vivimos, es evidente que el conflicto espiritual está en uno de sus puntos más álgidos. Basán está empleando diversas estrategias y llevando adelante esfuerzos para poder, de algún modo, destruir los valores espirituales de nuestros países y las instituciones que Dios colocó (el matrimonio heterosexual, la familia, el gobierno, la educación, entre otros). En su avanzada, Basán busca sembrar desigualdad, injusticia y odio en el corazón de los pueblos.
Como iglesia del Señor no podemos dejar de clamar a Dios e interceder por nuestras congregaciones, nuestras familias, nuestra ciudades, provincias y países. Es menester que dejemos los juegos de niños y tomemos toda la armadura de Dios para hacer frente a Basán en el día malo (Efesios 6:13).
En esta guerra cósmica, aunque lo que podamos hacer parezca insignificante, debemos recordar el relato de 1 Crónicas 5 y reconocer siempre que tanto la batalla como la victoria son del Señor. Dios hace mucho de lo poco y siempre otorga su victoria a los que se rinden a Él. Sin dudas, como diría Pablo, cuanto más débiles nos confesamos, más fuertes somos.
Ahora bien, al mirar una vez más la narrativa de 1 Crónicas 5 podríamos preguntarnos, “¿por qué la tribu de Gad, Rubén y Manasés perdieron, a la larga, el dominio de la tierra y terminaron en exilio?” (1 Crónicas 5:24-26). La respuesta es que el exilio ocurrió debido a la infidelidad de Israel hacia Dios. Lo que los profetas del Antiguo Testamento han señalado como un adulterio espiritual de índole individual y colectivo. Aun habiendo experimentado de primera mano el amor y el poder de Dios, Israel perdió el amor que la había jurado a Yahweh en las faldas del Sinaí. El pueblo del pacto perdió la devoción que le debía solo al Señor, yendo así tras otros dioses y amando mas los deleites pasajeros de este mundo que las riquezas eternas de Dios.
Aun así el Señor no les dio la espalda ni los dejó desamparados. Aun cuando estaban hundidos en su pecado y presos de sus malas decisiones, Dios les dio la promesa de un Mesías, de un libertador, alguien que vendría a rescatarles de una vez y para siempre. Ya no habría intermediarios ni salvadores temporales. Dios mismo descendería de su majestad en los Cielos y tomaría para sí humanidad. Dios se hizo hombre, se hizo siervo, se hizo rey, en el Mesías, Jesucristo. Su muerte y resurrección son el sello de su victoria y el fin del exilio para la humanidad que ha estado en cautiverio desde que tuvo lugar el pecado original.
Una última pregunta que podríamos hacernos antes de cerrar este estudio es: ¿Qué pasa entonces con Basán? La Biblia nos enseña que la tarea de la Iglesia en este tiempo es conquistar lo que el enemigo usurpó. Aunque Satanás fue vencido por el Señor Jesús en la cruz, él es todavía un enemigo sitiado. La misión de la Iglesia consiste en capturar para el Mesías el terreno del corazón de los perdidos, el terreno inhóspito de nuestra sociedad (la educación, los negocios, los barrios, la política, etc.) y preparar el camino para el regreso triunfante de Jesucristo.
La promesa es que el reino de Basán finalmente caerá. Así lo anuncia el Salmo 68:15-23. En dicho versículo se anuncia que la montaña de Basán será conquistada por el Mesías y su ejército (la Iglesia) y que de este modo se transformará en montaña de Dios.
No hay tinieblas que Jesús no ilumine. No hay montaña que Él no conquiste. No hay corazones duros para Él. Hoy te animo a que descanses en el Señor y que, en oración, pidamos que su Reino de justicia, paz y gozo se manifieste en nuestra sociedad. El reino de Basán tiene los días contados y la victoria es del Cordero de Dios y su Iglesia.