Tres señales de un genuino Avivamiento
Una breve introducción…
Lo que voy a compartir a continuación tiene por objetivo sostener y animar a todos aquellos pastores y líderes congregacionales que se sienten frustrados, cansados, desanimados y quizás hasta ya sin fuerzas para continuar sirviendo al Señor en sus ministerios.
Si no eres Pastor o líder de una congregación pero sí parte de la Iglesia del Señor, te animo a que leas la siguiente reflexión con el corazón y que al hacerlo le pidas a Dios te use para edificar y fortalecer su Iglesia.
Debo confesar que esta reflexión surgió de un estudio bíblico personal sobre el libro de los Hechos, específicamente de los capítulos 3 al 7.
La Iglesia Poderosa
Desde el inicio de la Iglesia en Hechos 2 nos encontramos con un gran número de hombres y mujeres que, reunidos por Jesucristo, decidieron compartir sus vidas en amor. Estos se constituyeron en una comunidad de fe.
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44-45).
A su vez, de acuerdo a Hechos 2:42, esta Iglesia tenía cuatro pilares que marcaban fuertemente la práctica de su fe:
- Perseveraban en la doctrina, en la Palabra
- Tenían comunión (común-unión) los unos con los otros
- Partían el Pan juntos (compartían con frecuencia la Cena del Señor)
- Perseveraban en la Oración
La mano de Dios estaba sobre la Iglesia y hechos sorprendentes y sobrenaturales acontecían con regularidad. El Fuego que habían recibido del Espíritu en el día de Pentecostés no se apartaba de ellos, al contrario éste era su combustible espiritual para siempre avanzar. El testimonio de los apóstoles y los primeros creyentes era acompañado de “señales, prodigios y milagros”, hechos que confirmaban y testificaban la veracidad y poder del mensaje que predicaban. ¿Cuál era este mensaje? ¿Palabras de ánimo, consejería, psicología, liderazgo o mentoreo? No. El mensaje de la Iglesia era simple: Jesús murió y resucitó por el hombre pecador para que éste pudiese ser reconciliado con Dios.
“Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hch. 5:42)
Este mensaje era sumamente efectivo produciendo conversiones masivas de 3.000 a 5.000 hombres. El crecimiento de la Iglesia era sostenido y exponencial. Era algo innegable. Todo el pueblo de Jerusalén lo reconocía. El libro de Hechos nos enseña que el Señor mismo “añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hch. 2:47b). Y también nos dice: “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (Hch. 5:14).
Los primeros capítulos de Hechos nos demuestran entonces tres señales que un genuino Avivamiento tiene:
- Amor y unidad entre hermanos (Hch. 4:32,35)
- Milagros frecuentes (Hch. 5:12)
- La proclamación del Evangelio con poder y valor (Hch. 5:29-32)
Esta es la Iglesia Poderosa del libro de los Hechos. Una Iglesia que camina en unidad, en oración, en fervor y pasión por el Evangelio, en el poder y el fuego del Espíritu, demostrando el poder del Nombre de Jesús mediante señales, prodigios y milagros. Una Iglesia que alcanza a todos los rangos sociales y que recibe reconocimiento público. Esa es nuestra meta y gran desafío.