Adorakia (Paz)
»Les dejo un regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo. – Juan 14:27 – NTV
Hagamos un poco de historia. Es un hecho conocido que en la antigua Grecia las escuelas de pensadores solían dividirse en dos sectores: los estoicos y los epicúreos. Éstos últimos se diferenciaban de los primeros en el hecho que estos pensadores decidieron dejar a un lado la búsqueda de las verdades trascendentales para abocarse a lo que podían estudiar y aprender, es decir, el desarrollo de herramientas prácticas de rápida acción.
Aunque eran diferentes, ambos grupos tenían como finalidad el proveer la respuesta a una pregunta existencial que presenta aun hoy suma importancia: ¿cómo puedo lograr tener paz en mi mente, en mi alma y en mi corazón? Ellos le pusieron un nombre a esta búsqueda: ADORAKIA, palabra griega que significa “libertad de opresión y ansiedades”. Es decir, lograr tener un sentido de imperturbabilidad.
Ahora bien los epicúreos eran marcadamente hedonistas. Podemos definir el hedonismo como la búsqueda del placer y el evitar férreamente el dolor. La búsqueda del placer de los epicúreos era insaciable e irrefrenable, teniendo siempre como resultado la frustración o el aburrimiento.
Por otra parte, para los estoicos, la manera de lograr la felicidad era satisfacer los deseos del “yo” en la justa medida, pero, al igual que su contraparte, la solución estoica estaba condenada al fracaso ya que el corazón del hombre es una fuente inagotable de necesidades que claman ser saciadas.
Si tan solo estos filósofos hubiesen pensado en su origen (“¿quién nos creó y para qué?”) quizás no hubiesen perdido tiempo discutiendo sobre asuntos relativos cuya solución nunca será hallada en la mente del hombre sino en la mente de su Creador.
La paz en la mente, en el alma y en el corazón no se logra cuando alcanzo todo lo que quiero; ni tampoco se alcanza cuando me auto disciplino y busco alcanzar lo que quiero por medio de mi propio esfuerzo, porque al fin y al cabo me cansaré y me frustraré. La única manera de alcanzar la paz y la felicidad para mi vida y familia es entregarme por completo a Jesucristo.
Aún más, como aprendemos del pasaje de referencia, la paz que hemos recibido de Jesús ha sido un regalo, un don inmerecido. Por más que los hombres busquen de muchas maneras conseguir sentirse en paz la verdadera paz viene de Dios. Esta es la paz que Jesús llamó su paz. Por medio de esta paz podemos gozar de tranquilidad en nuestra alma, podemos tener una felicidad ininterrumpida, un gozo inquebrantable y una amistad perpetua con Dios. Jesús, al ser el Príncipe de Paz (Is. 9:6), es también el Autor, Promotor y Cuidador de nuestra paz. Hoy deja que Él te llene de su paz inefable.